Enseñar aprendiendo

Contra la barbarie y la agresión: educación.

¿Un artículo aquí sobre violencia de género, sobre violaciones, asesinatos y agresiones? Sí. ¿Pero de verdad hay que meter a los niños en esto? Sí. ¿Pero no es innecesario? No, para nada. Todo lo contrario.

Citar nombres de víctimas de este tipo de violencia es fácil, porque casi a diario los informativos advierten de un nuevo caso. Son muchos. Son demasiados. Víctimas de alguien que se consideró superior a ellas, víctimas de los juicios externos, víctimas del silencio. No podemos, no debemos, quedarnos quietos contemplando semejante barbarie. Porque es una realidad: las están matando. Nos están matando.

La cifra de mujeres que muere cada año, o que sufre una agresión sexual, es tan alta que pecamos de inocentes si creemos que la respuesta está en aumentar penas de prisión o en dejar todo en manos del sector político y legislativo del país.

No. La respuesta a tan triste realidad, al menos una parte importante de ella, la tenemos nosotros, las personas normales, la sociedad. La tenemos padres, amigos, hermanos, maestros, educadores, vecinos, entrenadores de equipos de fútbol, y cualquier persona que entre en contacto con niños y que forme parte de su vida de alguna forma.

La reacción social habitual cuando un suceso así se convierte en titular de informativos es pedir que se castigue al autor. Lógico y comprensible. Y sí, puede que eso sacie una más que comprensible necesidad de resarcimiento, pero no evitará que algo igual vuelva a suceder. Porque detrás de los delitos sexuales o de cada muerte por violencia de género se encuentra un modo de pensar muy concreto. Quien comete un delito de este tipo cree que es superior que su víctima. Se cree en el derecho de matarla, o de golpearla, o de violarla, de usarla para sus necesidades. Y eso, aunque duela, viene de muy atrás. Proviene de una educación encaminada, consciente o inconscientemente, a vivir con un concepto de supremacía sobre la mujer.

Así que dejemos de pensar que son otros quienes tienen que actuar y tomemos parte activa en el proceso. Vamos, todos, a educar para ello. Porque nos va, literalmente, la vida en ello. Se acabaron los pon la mesa María (mientras tu hermano juega con la videoconsola), los compórtate como una señorita y ponte guapa, los esto hazlo tú Pepito que eres chico y eres más fuerte, los una mujer tiene que saber llevar una casa, las princesas indefensas y los príncipes todopoderosos, los no juegues con esa muñeca que es de chicas, los una pelota no que es de chichos, los ¿no crees que así vas provocando?, los mi marido me ayuda en casa con la limpieza, los ¿por qué aún no está la comida?, los así vestida pareces una puta, los esa es una feminazi, los…

¿No existen los delitos de este tipo en los que la víctima es el hombre? Sí, y en esos casos la condena y la repulsa es la misma. Pero las cifras hablan por sí solas, y la sociedad en su día a día con el comportamiento imperante también. La violencia y la conducta machista en cualquiera de sus manifestaciones es un problema colectivo al que hay que enfrentarse de inmediato.

Educar en el respeto y la igualdad, de forma transversal y en todas sus manifestaciones  no sólo es necesario, es imprescindible; y es cosa de todos. La actualidad nos demuestra que cuando una mujer sale de casa sola tiene que sentir miedo. No puede pasear tranquila de noche al volver de una fiesta, beber significa que cualquiera pueda aprovecharse de ti, llevar minifalda provocar una violación. Y esto, que por suerte los hombres ni siquiera tienen que plantearse, se ha normalizado. Por eso, lo que toca es educar a los niños de hoy para que los hombres de mañana no consientan convivir con ese privilegio.