¿Y si le regalamos una caja de cartón? O el porqué de no regalar juguetes que hacen muchas cosas.
Cuando vamos a comprar un juguete a un niño todos queremos que le guste y juegue con él, queremos ver su cara de ilusión al abrir el regalo. Por eso hay veces en las que es complicado decidirnos por el mejor juguete en lugar de por el más llamativo.
Las principales marcas de juguetes, en estas fechas navideñas de forma masiva, nos bombardean con anuncios de muñecos que más parecen prototipos de inteligencia artificial que productos creados para el disfrute de los niños. Y claro, todos tendemos a fijarnos en el juguete que hace más cosas: ese que anda, habla, llora, da volteretas en el aire y baila los pajaritos. Pero, ¿son esos los mejores juguetes para los niños? Lamentablemente no.
Cuando regalamos a un niño o a una niña una muñeca que lleva una veintena de funcionalidades aparejada o un coche que hace de todo con sólo apretar un botón, estamos limitando sus posibilidades, limitando su imaginación. Y en la primera infancia lo que tienen que hacer los niños es crear con el poder de su mente, no deleitarse con las múltiples funciones del último hito en tecnología.
¿Y si le regalamos una caja de cartón? Pues no es mala idea. Quién no ha visto a un niño dejar apartados los regalos de cumpleaños para acabar jugando con el embalaje o incluso con el papel de envolver. Y es que un muñeco que te pide comida, llora, anda y hace el pino puente sólo será eso. Acabadas sus muchas, que en manos de un niño pasan a ser muy escasas, funciones no dará más de sí. Pero una caja de cartón puede ser un coche, una nave espacial, una casa, una cueva, un planeta lejano, una mesa, un campo de fútbol, un meteorito… y muchas otras cosas que nuestro adulto cerebro no puede imaginar.
La imaginación de un niño no tiene límites, así que no se los pongamos nosotros. Regalemos juguetes divertidos y educativos (no, no es incompatible) con los que ellos puedan jugar como mejor decidan. Juguetes con potencial de ser lo que el niño imagine en cada momento. En general, cuantas menos cosas haga el juguete, mejor.
Así, cada rato de juego será una fuente de desarrollo. Cada vez que corran, anden o manipulen el juguete estarán logrando avances en el desarrollo de la motricidad gruesa y fina. Cada vez que inventen una historia con él como componente, o imaginen un uso nuevo se estarán creando conexiones en su cerebro que ayudarán al desarrollo cognitivo. Y lo más importante: es mucho más divertido.
El juego, sobretodo el juego libre, es el modo que tienen los niños de aprender, de crecer y comprender el mundo que les rodea. A los adultos nos toca el papel de facilitar esa expansión, proporcionando los momentos y los espacios para ello. Gran parte de los juguetes que se anuncian no están diseñados para que jueguen los niños, sino para que los compremos los adultos.
Por eso, a la hora de elegir un juguete para regalar, evitemos todos aquellos que vengan con las funciones definidas y encorsetadas y pensemos en uno con potencial en manos de un niño. Ese, sí ese, ese tan simple que no hace nada, tan simple que podría hacerlo todo, es el elegido.