Enseñar aprendiendo

La «mentira» de los Reyes Magos y Papá Noel.

Papá, mamá, ¿los Reyes Magos existen? Pues… eh… eh… La solución a esta pregunta (a veces explícita y otras, las más, implícita en el día a día y el devenir de las cosas) tiene tantas posibles respuestas que a veces resulta difícil decidir qué opción elegir. Porque, en un mundo cruel como este, lo mejor es que los niños aprendan desde bien pequeños que la magia no existe y sepan así “la verdad” ¿no? Pues no.

El universo infantil es un mundo aún por descubrir, plagado de situaciones en las que todo es posible todavía. Los niños nos necesitan a nosotros, los adultos, para ir componiendo ese mundo y comprendiendo cómo funciona. ¿Debemos romper lo antes posible esa concepción de la vida en la que nada es imposible? ¿O por el contrario debemos mantener durante el mayor tiempo posible esa idea? Pues puede que ni lo uno, ni lo otro.

Pero antes de contestar a esa pregunta quizá deberíamos preguntarnos qué es realmente eso de “la verdad”, esa realidad incontestable que tenemos por indiscutible. Porque esa verdad que los adultos consideramos inamovible es en realidad una visión completamente subjetiva de la vida. Ni siquiera en cosas como la magia, por seguir con el mismo hilo conductor que nos ha traído hasta aquí, nos pondríamos de acuerdo. Habría quienes se echarían las manos a la cabeza ante tamaña barbaridad, habría también quienes afirmarían sin dudarlo su creencia y no faltarían los que se mostrasen dubitativos y no supieran dar una respuesta.

Pero dejando creencias a parte, incluso si pensamos que “la verdad” es que la vida es dura y no hay nada de mágico en ella, no hay motivo para que los niños lo sepan antes de tiempo. Será la propia vida, el transcurso de ella, la que en cada caso les muestre una realidad que, como ellos, será distinta e irrepetible de cualquier otra.

¿Qué ventajas puede haber en que alguien que cree que todo es mágico y sorprendente, descubra lo más pronto posible que eso no es cierto? Si lo va a pasar mal, cuanto más tarde mejor, ¿no? No existen beneficios en que empiece a pasarlo mal antes, y menos bajo el pretexto de que no le cogerá por sorpresa en futuro o de que así va aprendiendo como son las cosas. ¿Aprendiendo a qué, a sufrir? Como si a quienes el futuro les depare un alto grado de sufrimiento fueran a agradecer haber empezado antes con él.

Dejar que lo descubran por ellos mismos no es fácil. Supone dejarles capacidad de acción y elección. Siempre habrá supuestos sencillos como el de Papá Noel o los Reyes Magos, en el que el contexto social hará su trabajo. Los niños acabarán enterándose porque un amigo se lo ha dicho, lo ha escuchado en el recreo, ha pillado a sus padres colocando los regalos en el árbol o, en el peor de los casos, algún adulto que se ha creído con el derecho de hacerlo se lo ha revelado.

Por desgracia la mayoría de supuestos no serán como este y nos tocará decidir, a padres, maestros, educadores, familiares, amigos, cómo actuar y si es necesario hacerlo. El mundo y el ser humano son fascinantes e increíblemente complejos. Dejemos que ambos se conozcan y se comprendan, y conformen con el tiempo una visión propia de cómo son. Nuestro papel quizá entonces sea el más duro: acompañar. Servir de apoyo en los momentos duros y celebrar los buenos.

Toda vida es al final un cúmulo de historias, de momentos buenos y momentos malos.  Así que a los que llevamos más tiempo de viaje recorrido, nos toca ayudar a comprender y, con suerte, pasar a formar parte de esas historias que componen los momentos buenos.