Enseñar aprendiendo

Experiencias en la infancia.

La infancia ha dejado de ser una época de la vida compuesta por tierra, rasguños en las rodillas y juegos que no salían del parque que quedase más cerca de casa. Es posible que nunca lo haya sido, pero así es como yo viví la mía y como muchos de los que ahora pasamos ya sobradamente la edad adulta recordamos que es. Nuestras experiencias se limitaban al entorno más cercano y los viajes familiares consistían en visitas a los abuelos. 

Mi primer viaje en avión fue a los dieciocho. Un viaje motivado por estudios en el que pasé la semana previa durmiendo mal por miedo a volar. Los niños y niñas de hoy en día suben a un avión mucho antes de que su consciencia les permita sentir que están en un armatoste que parece volar de forma mágica entre las nubes (sé que no es así como funciona, pero es como lo vive mi parte más irracional cada vez que sube en un avión) y disfrutan e integran esta realidad en su mundo con naturalidad. Como lo hacen con todo.

El viaje en avión no es más que un ejemplo como cualquier otro de que la sociedad cambia y la vida de los niños lo hace con ella. La globalización nos acoge a todos. Y está bien. Al menos en la parte en la que comunicarnos y viajar es más fácil y está más cerca de las posibilidades de todos. No lo está tanto cuando nos absorbe de forma descontrolada.

Porque la sociedad ha cambiado, nuestra vida ha cambiado, pero los niños no. Ellos siguen siendo eso, nada más y nada menos que niños. Personas en una etapa vital sensible y preciosa que no necesita de grandes gestas para lograr su máxima expresión. 

No quiere decir eso que esté mal que los pequeños tengan muchas experiencias a corta edad, sino más bien que es probable que no debiéramos preocuparnos tanto de si viajan lejos como de si su infancia está completa cerca

Solo tenemos que pensar en nuestra propia infancia, en esos años intensos, para ver que sí, aquel viaje en particular fue divertido, pero lo que atesoramos en nuestro interior son las rutinas, los olores, las frases repetidas, las cosquillas. La presencia. 

El estar cerca de nuestros padres o figuras de apego y sentirnos queridos, eso es lo que nos llevamos con nosotros para el resto de nuestra vida. 

La siempre difícil distinción entre lo que un niño parece querer y lo que necesita nos corresponde a los adultos. Y no se trata de no respetar sus preferencias, que siempre son importantes y que deberíamos escuchar, sino de la injusticia que supondría repercutir en ellos una responsabilidad para la que no están preparados. 

Sirva todo esto como una reflexión sobre lo que los niños necesitan y esperan de nosotros. Madres, padres, educadoras, abuelos, familiares o amigos, no podemos hacer mejor regalo que el de estar ahí para ellos, acompañándolos y sosteniéndolos con amor y respeto en sus primeros pasos vitales.