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El amor, sin límite.
La primera vez que en una escuela infantil me dijeron que soltara a un bebé que tenía en brazos me quedé muy sorprendida. Si unas profesionales de la educación me lo decían, por algo sería. Así que aunque todo en mí me decía que eso no era lo que debía hacer, solté a ese niño que, habiendo estado llorando, empezaba a calmarse en mis brazos. La reacción no se hizo esperar. En cuanto el pequeño tocó la cuna el llanto volvió, si cabe, con más fuerza.
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La tiranía de las emociones positivas.
¿Qué tal estás? Una pregunta sencilla y bienintencionada que todos oímos a menudo. Lo preguntamos constantemente a nuestros amigos y familiares y también a personas con las que no tenemos una relación demasiado profunda pero que, por ejemplo, hace tiempo que no vemos. Lo hemos convertido casi en un saludo.
A pesar de esa normalidad con la que formulamos la pregunta, casi nunca estamos preparados para la respuesta. El interrogante sale de nuestros labios pero no tenemos intención de oír la verdad. Por suerte el interpelado tampoco la tiene de contárnosla. Se encuentre bien o mal, esté contento o triste, se limitará a darnos una vaga impresión de bienestar sin entrar en detalles. Por ello, en las pocas ocasiones en las que nuestro interlocutor responde de forma negativa, llega esa sensación de extrañeza. Nos asalta la incomodidad.
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La suerte de haber crecido libre.
Hace un par de semanas inauguraron un parque cerca de mi casa. Han convertido un espacio hasta ahora inservible en una zona verde llena de fuentes, columpios, bancos y césped. Por supuesto semejante terreno está haciendo las delicias de todos los niños que, sin cesar desde su inauguración, lo llenan de carreras y juegos. El domingo por la mañana, paseando por los diferentes caminos que lo cubren, no podía dejar de mirar las sonrisas satisfechas de los más pequeños. Y es que es un lujo poder disponer de un espacio así en el que correr y jugar de forma más o menos libre. Un área grande en la que no tener que preocuparse del tráfico. Es un lujo, y ese es el problema.
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¿Y si le regalamos una caja de cartón? O el porqué de no regalar juguetes que hacen muchas cosas.
Cuando vamos a comprar un juguete a un niño todos queremos que le guste y juegue con él, queremos ver su cara de ilusión al abrir el regalo. Por eso hay veces en las que es complicado decidirnos por el mejor juguete en lugar de por el más llamativo.
Las principales marcas de juguetes, en estas fechas navideñas de forma masiva, nos bombardean con anuncios de muñecos que más parecen prototipos de inteligencia artificial que productos creados para el disfrute de los niños. Y claro, todos tendemos a fijarnos en el juguete que hace más cosas: ese que anda, habla, llora, da volteretas en el aire y baila los pajaritos. Pero, ¿son esos los mejores juguetes para los niños? Lamentablemente no.