La tiranía de las emociones positivas.
¿Qué tal estás? Una pregunta sencilla y bienintencionada que todos oímos a menudo. Lo preguntamos constantemente a nuestros amigos y familiares y también a personas con las que no tenemos una relación demasiado profunda pero que, por ejemplo, hace tiempo que no vemos. Lo hemos convertido casi en un saludo.
A pesar de esa normalidad con la que formulamos la pregunta, casi nunca estamos preparados para la respuesta. El interrogante sale de nuestros labios pero no tenemos intención de oír la verdad. Por suerte el interpelado tampoco la tiene de contárnosla. Se encuentre bien o mal, esté contento o triste, se limitará a darnos una vaga impresión de bienestar sin entrar en detalles. Por ello, en las pocas ocasiones en las que nuestro interlocutor responde de forma negativa, llega esa sensación de extrañeza. Nos asalta la incomodidad.
Vivimos en una sociedad que ha convertido las emociones positivas en una tiranía. No está permitido sentirse mal y hacerlo supone un estigma social. Si a un amigo le sucede un hecho triste y doloroso nosotros, con la noble intención de que se sienta mejor, nos dedicamos a decirle que todo está bien, que no pasa nada. Con los niños hacemos más o menos lo mismo. Parece que un niño tenga que estar siempre contento, que no pueda sentirse nunca triste. Pero ellos también son personas, personas completas con sentimientos, solo que esos sentimientos son nuevos para ellos y necesitan conocerlos y comprenderlos para poder manejarlos.
No es que sea malo tratar de ver el lado bueno de las cosas. Tener una forma positiva de ver la vida es algo muy saludable, siempre que no lo convirtamos en una obligación; siempre que nos permitamos sentirnos mal y expresar nuestras emociones cuando lo necesitemos. Porque cuando nos sucede algo triste o doloroso, cuando nos enfadamos, cuando sentimos rabia sí que pasa algo. Claro que pasa.
Con los niños sucede exactamente lo mismo. Claro que pasa algo: se le ha roto su juguete favorito, o has salido de la habitación y no tiene la madurez neurológica suficiente para ser consciente de que volverás en cinco minutos, o no puede ir al parque y le apetece mucho.
¿Se trata entonces de consentirles todo lo que quieren? No. Se trata de validar sus emociones. Se trata de comprender los sentimientos ajenos sin erigirnos jueces de los mismos. Simplemente comprender y validar para así ayudar a gestionar.
Creemos que en el mundo de la tiranía de las emociones positivas, en las que sólo se nos permite sentirnos bien todo es de color de rosa, pero no es cierto. Tan válidos son la alegría y el júbilo como la tristeza o la rabia. Válidas y necesarias. Necesitamos unas para sentir las otras, o no podríamos apreciarlas. Si no nos permitimos sentir tristeza o enfado ellas se manifestarán por sí solas en algunos momentos de nuestra vida, lo queramos o no, como inevitables emociones vitales que son. Y si no las comprendemos y aceptamos, no tendremos recursos para administrarlas.
Desde la validación es desde donde podemos enseñar a los niños a distinguir las emociones, a ponerles nombre y entenderlas y, con ello, a gestionarlas. Al contrario de lo que pudiera parecer, la tiranía de las emociones positivas puede convertirlos en ineptos emocionales. Personas incapaces de convivir con las emociones y controlarlas.