
Niños: personas.
La etapa infantil es un período de la vida maravilloso, en el que todo es nuevo y sorprendente, en el que todo nos ilusiona e impresiona. Pero también es una época que se olvida con facilidad conforme vamos creciendo. Aunque todos conservamos recuerdos de nuestros primeros años de vida, éstos parecen ser más un recuerdo genérico, una sensación, que una verdadera apreciación de su significado e importancia.
Tal vez por esto, en cuanto nos hacemos mayores parecemos tener la percepción de que los niños son una especie de pre-personitas que solo son valiosas en cuanto a lo que serán en el futuro. Qué listo vas a ser, este niño se va a convertir en futbolista, esta niña va para bailarina (sí, los estereotipos siguen ahí, desgraciadamente), son algunas de las expresiones que utilizamos comúnmente para referirnos a lo que los niños serán; olvidándonos en demasiadas ocasiones de lo que son.
Los niños no son nada en potencia. Los niños son personas completas y como tales se desarrollarán, cambiarán y evolucionarán con los años sin que eso desmerezca lo que son ahora, en este instante. La diferencia entre un niño y un adulto es el tiempo que ha permanecido en el mundo y la visión que, por tanto, tiene de él. Los niños simplemente tienen una percepción distinta de ese nuevo universo en el que acaban de caer sin saber cómo ni por qué. Y esa novedad, esa (breve) falta de influencia de los demás, de lo externo, hace que lo miren con fascinación.
Pensar en el futuro es algo innato al ser humano, a nuestra concepción lineal del tiempo. Por ello, que hagamos planes para la vida de esos diminutos seres a los que queremos tanto es algo natural. La parte negativa es que nosotros, conocedores ya de la parte dolorosa, dejamos de mirar con asombro lo asombroso, de admirarnos con lo rutinario del día a día. Quizá, y sólo quizá, porque los adultos nos volvemos más descreídos y cínicos de lo que queremos admitir, tenemos que recordar que hay mucho de lo que aprender en la concepción del mundo de un niño.
Así que sí, los niños son el futuro pero también son el presente. Y en el presente tienen derechos, al igual que los adultos. Los adultos hemos acomodado el mundo a nuestras necesidades y luego queremos que los niños se adapten a él: a nuestros horarios, a nuestro trabajo, a nuestras horas de sueño y comidas, a nuestra vida social… Y sí, la vida adulta con sus responsabilidades y compromisos es complicada, a veces frustrantemente complicada y a veces innecesariamente complicada. Los niños nacen bajo las expectativas de todo lo que van a ser, crecen bajo el yugo de todo lo que el otro es y ellos no, para vivir luego bajo la decepción de todo aquello en lo que no han logrado convertirse.
Es cierto que no somos magos, no tenemos poderes mágicos, aunque a veces lo parezca por todas las cosas que hacemos en el día a día. Ni educadores, ni padres, ni amigos, podemos obviar las obligaciones y vicisitudes de la rutina diaria y dedicar todo el tiempo que quisiéramos a cada uno de los niños que están en nuestras vidas de una u otra forma. Pero podemos tomar consciencia de la importancia que tienen las pequeñas cosas en sus vidas y tomar eso como algo positivo que imitar de vez en cuando, en lugar de tratar de cambiarlo.

