Enseñar aprendiendo

Tetas y más tetas.

Una canción y un concurso musical han hecho que todo el mundo hable de tetas. Puede que no todo el mundo, pero sí mucha gente, a tenor de lo que me muestran las redes sociales cada vez que accedo a ellas. 

Hay opiniones para todos los gustos. A un lado los que defienden que se utilice como símbolo una teta gigante en medio de un escenario, a otro los que creen que eso es una vergüenza, en un tercero los que hablan de cosificación, y en un cuarto quienes no saben qué opinan pero opinan algo.

Aunque no despierte en demasía mi interés, si un concurso es la excusa para hablar del tema, pues bienvenido sea. Hablemos. ¿De qué? Pues de tetas. ¿De qué si no? Que nadie se lleve las manos a la cabeza. Solo son tetas. Tetas. Tetas. Te-tas.

A lo mejor necesitamos todos repetir la palabra varias veces en alto para que deje de parecernos un término sexual. Porque puede que haya quienes se sorprendan al escucharlo, pero no, la razón de ser de las tetas no es sexual. La principal razón de existencia de las tetas es alimentar la vida

O puede que, aunque por el contexto las connotaciones puedan ser sexuales, debamos hacer la misma operación de repetición para ser capaces de llamarlas por su nombre sin necesidad de utilizar apelativos o diminutivos innecesarios y, a veces, ridículos. Como cuando los niños y niñas empiezan a explorar sus cuerpos con pocos años (o meses) de vida, y todos nos apresuramos a decir que dejen de tocarse «eso» si no quieren que se les caiga. La imaginación nos desborda cuando de crear términos rocambolescos se refiere si el objetivo es evitar llamar por su nombre a una parte del cuerpo.

Hay tantas situaciones en las que las tetas son polémicas que la extensión de este artículo se queda corto para abordarlos. Pero haciendo honor al motivo de la existencia de este espacio diré que los niños nos llevan ventaja. Nos superan, como en tantas otras cosas. Ellos no tienen problemas para decir lo que sea (donde sea y cuando sea) si es lo que quieren hacer. Ellos no comprenden por qué algo natural es tratado de vergonzoso. También tienen claro para qué son las tetas. De ahí surgen muchas situaciones en las que una madre mira avergonzada a ambos lados esperando que nadie haya oído gritar a su hijo la palabra que empieza por «t» mientras empieza a tirar de su camiseta.  

Desde ir al baño juntos a cambiarse en la misma sala, a los niños y niñas todo les parece natural. Todo lo que nos lo parece a nosotros. Y eso, bien pensado, es mucha responsabilidad. Supone escoger la forma en la que educamos y saber por qué lo hacemos. Sin volvernos locos con ello, implica tomar consciencia de nuestra presencia e influencia en la infancia.

Los adultos, no obstante, en lugar de cuidar esta naturalidad innata, solemos dedicarnos a eliminarla. Cometemos el tan repetido error de creer que tenemos mucho más que enseñarles a los niños que ellos a nosotros o, mejor aún, que todos entre nosotros. 

En fin, que podemos usar las tetas para lo que decidamos hacerlo, o no utilizarlas para lo que no queramos. Pero, a ser posible, sería genial evitar discriminar o avergonzar usándolas de excusa. 

Porque repito, solo son tetas. Nada más, y nada menos, que tetas.