Enseñar aprendiendo

¿Tú comes en el wáter?

Esta es la pregunta que quiero hacer a todas las personas que deciden que el mejor sitio para instalar una sala de lactancia es un cuarto de baño. Y no son pocas. Restaurantes, centros comerciales y locales varios colocan las salas de lactancia, o bien directamente en el baño o, en un alarde de consideración, en un cuarto al lado del baño de señoras y de caballeros, en el mismo pasillo aislado del resto de la civilización, con el mismo olor, pero al que han puesto un cartelito en el que puede leerse: “sala de lactancia”.

Pero no nos quejemos, que han tenido la cortesía de crear un espacio para ello, en lugar de enviar a las mujeres directamente a la taza del wáter a dar el pecho. Claro que, ahora que las han instalado, a ellas les toca corresponder ese gesto de amabilidad yéndose a dar el pecho allí, bien escondiditas, donde nadie se sienta ofendido al ver sus obscenos pechos alimentando un niño. Mamá puede comer en el bar porque paga la cena, pero que a nadie se le ocurra querer comer en la mesa del restaurante mientras, a su vez, da alimento a su hijo a través de su pecho. El niño a comer al baño, perdón, a la sala de lactancia, que para eso está.

La reacción habitual, lo que suele suceder cuando muestras tu desacuerdo con esta situación es que alguien te pregunte: ¿y dónde las van a poner si no? Si es que no hay sitio. Bueno, pues es que no está tan claro que tengan que ponerlas en algún sitio. El pecho (porque si la madre alimenta con biberón ya no hay problema, que ahí no hay partes del cuerpo incómodas que enseñar), es el alimento del bebé, un ser humano (por si se nos olvida) que, en ese momento de su vida tiene la necesidad de alimentarse de una forma concreta, continuada y a demanda. Puede que la mejor opción sea que lo haga en cualquier sitio que lo necesite. Así, sin más. Sin miradas reprobatorias, sin opiniones no solicitadas, sin tener que esconderse para hacerlo. Porque es verdad, no hay sitio, es la realidad. Los sitios ya están ocupados por tiendas, cafeterías, y demás establecimientos que dejan dinero. Dinero que, en fechas navideñas, va en gran parte destinado a comprar los regalos de Reyes Magos de los mismos niños en cuyo bienestar, y en el de sus madres, no pueden invertir un pequeño espacio. 

Hay mujeres que se sienten cómodas dando el pecho en público y en cualquier lugar, y las hay que prefieren hacerlo con mayor intimidad. Es su lactancia, su vida y su decisión. Esto significa que son ellas las que, siempre y con total independencia, deberían decidir dónde y cómo hacerlo. Aunque yo tiendo a pensar que las que prefieren hacerlo en privado, quizá, si tuviesen esa opción, lo harían lejos de cisternas, tazas de wáter y olor a pato WC; en un espacio cálido y tranquilo.

Al final el problema vuelve al origen, al de hacer de la maternidad, de la lactancia, de la crianza algo incómodo, algo que esconder en cuanto se aleja de todo ideal impuesto. Pero resulta que ya no es necesario, las mujeres empiezan (en realidad llevan haciéndolo siglos) a hacer tribu, una tribu que ahora es cada vez más pública y que pretende el respeto total en las diferencias. Quizá dentro de poco nadie tenga que hacer debate sobre estas cuestiones porque el niño, la niña o el bebé, coman donde lo necesiten y los demás nos dediquemos a respetarlo y facilitarlo.