Enseñar aprendiendo

¿Verano y vacaciones con niños?

Las vacaciones escolares son uno de los momentos más temidos por muchas familias. Es comprensible; los niños tienen más de dos meses de vacaciones y los padres sólo un mes repartido a lo largo de todo el año.

Con esta situación, la perspectiva de unos meses por delante en los que los niños no tengan colegio puede ser realmente estresante. Porque el ritmo de vida de los adultos no entiende de necesidades infantiles. Porque el jefe y el trabajo pendiente no piensan en tardes de piscina ni excursiones al campo. Porque los estrictos horarios del día a día no comprenden que tu hijo se pare a mirar cada piedra que se encuentra en el suelo.

La discusión sobre la imposibilidad de una conciliación familiar real está a la orden del día desde hace mucho, demasiado, tiempo. Es necesario tomar medidas desde la esfera pública y crear un sistema de protección de la infancia que incluya no el acceso a lugares en los que los niños puedan pasar el día mientras sus padres trabajan, sino el derecho a vivir los primeros años de vida en compañía de los padres el mayor tiempo posible. 

Como educadora soy parte implicada en esta situación. Las escuelas infantiles y escuelas de verano se encuentran llenas de niños en julio y agosto. Las familias necesitan un lugar seguro en el que dejar a sus hijos mientras ellos continúan trabajando a jornada completa con horarios partidos que les obligan a pasar fuera de casa doce horas al día. 

Mi posición es obvia. Lo menos que podemos hacer las educadoras es proporcionar a los niños el juego, esparcimiento y exploración que merecen, hasta que puedan ser sus padres los que compartan con ellos esos momentos. El papel de las familias, por el contrario, no lo es tanto. El día a día de las vacaciones escolares provoca un fuerte desgaste. Desde quién se queda con él o ella mañana, hasta tener que inscribirles a todos los cursos de verano que haya disponibles.Es difícil encontrar soluciones ideales porque la situación no lo es. Pero lo que sí podemos hacer es darlo todo cuando estemos en su compañía. 

Una parte importante de las discusiones con los niños son el reflejo de las frustraciones de los adultos. Lo sé, así dicho suena mal e injusto. Aguantamos mucho y hacemos malabarismos para llegar a tiempo a todo. Y es cierto. Siendo ejemplo de mis propios argumentos, cuando llegas al colegio y tienes un horario que cumplir, un programa que seguir y actividades que realizar. Pero entonces me detengo y lo veo: los niños no tienen la culpa. 

Nos guste o no, ellos no llegan a este mundo para adaptarse sin rechistar a los horarios y condicionamientos de la vida adulta. Ni llegan para ello ni deben hacerlo. Los niños deben ser niños y nuestro papel, el de padres, abuelos, amigos, educadores, es hacer todo lo posible porque puedan serlo en toda su plenitud. 

Es triste que cuando llegue el momento en que realmente haya tiempo para compartirlo con los niños, el cansancio y el estrés tomen el mando y se acabe por volcar en ellos todo lo que se ha acumulado en otros lugares, con otras personas y por otras causas. Así que toca hacer revisión de nuestros actos y ver lo realmente merece la pena. Sin culpas ni recriminaciones, con el único fin de sentirnos mejor y ser todos un poquito más felices. Somos humanos y aprendemos y nos formamos durante toda nuestra vida. Ya que no podemos eliminarlas, al menos dejemos las prisas para cuando no podamos evitarlas. 

La mayoría del tiempo los niños disfrutan de actividades sencillas y al aire libre. No es necesario complicarse en exceso para poder compartir tiempo en familia y disfrutar de él. El verano está lleno de oportunidades que dejamos pasar, que no vemos, o peor, que vivimos pero no valoramos. 

Pistolas de agua, salidas al parque al atardecer, fines de semana en el pueblo, chapuzones en la piscina, despertares con saltos en la cama, estrellas que contemplar, arena que pisar, árboles a los que trepar, risas que escuchar, gazpachos que preparar… Por supuesto, también habrá llantos y rabietas. Todas son necesarias e importantes. Que unas no nos impidan apreciar las otras.