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Escuela infantil universal y gratuita… ¿por fin?
Todos los padres se saben bien la lección. Tienes un hijo y en cuanto toca volver al trabajo, que es pronto, el niño se va a la escuela infantil. Porque las únicas opciones son esa o bien irse con los abuelos, si es que se tiene la posibilidad. Y a las familias les toca hacer malabarismos para poder cumplir con todas las exigencias, económicas y sentimentales, que tal situación supone.
No deja de ser curioso que la educación infantil se lleve, en España, gran parte de los recursos económicos del núcleo familiar, máxime cuando los profesionales de la misma tenemos un salario tan exiguo, por no decir irrisorio. Así que la posibilidad de una educación infantil de primer ciclo, es decir de 0 a 3 años (recordemos que la de segundo ciclo ya está cubierta de forma pública), que sea universal y gratuita es una buena noticia, un notición vamos. ¿O no?
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¿Has sido bueno este año?
Hace unos días publicaba un artículo hablando sobre la conveniencia, o no, de revelar a nuestros hijos “la verdad” sobre los Reyes Magos y Papá Noel. Y si en el mismo llegaba a la conclusión de que no está bien trasladar a los niños nuestra cínica visión del mundo antes de que tengan la suya propia, menos aún lo está aprovecharnos de su inocencia para chantajearlos o meterles miedo.
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Contra la barbarie y la agresión: educación.
¿Un artículo aquí sobre violencia de género, sobre violaciones, asesinatos y agresiones? Sí. ¿Pero de verdad hay que meter a los niños en esto? Sí. ¿Pero no es innecesario? No, para nada. Todo lo contrario.
Citar nombres de víctimas de este tipo de violencia es fácil, porque casi a diario los informativos advierten de un nuevo caso. Son muchos. Son demasiados. Víctimas de alguien que se consideró superior a ellas, víctimas de los juicios externos, víctimas del silencio. No podemos, no debemos, quedarnos quietos contemplando semejante barbarie. Porque es una realidad: las están matando. Nos están matando.
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¿Y si le regalamos una caja de cartón? O el porqué de no regalar juguetes que hacen muchas cosas.
Cuando vamos a comprar un juguete a un niño todos queremos que le guste y juegue con él, queremos ver su cara de ilusión al abrir el regalo. Por eso hay veces en las que es complicado decidirnos por el mejor juguete en lugar de por el más llamativo.
Las principales marcas de juguetes, en estas fechas navideñas de forma masiva, nos bombardean con anuncios de muñecos que más parecen prototipos de inteligencia artificial que productos creados para el disfrute de los niños. Y claro, todos tendemos a fijarnos en el juguete que hace más cosas: ese que anda, habla, llora, da volteretas en el aire y baila los pajaritos. Pero, ¿son esos los mejores juguetes para los niños? Lamentablemente no.
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Literatura infantil. Dímelo leyendo.
La importancia, en su presente y más aún en su futuro, que tiene la literatura que consumen los niños a lo largo de sus primeros años de vida es de una envergadura tal, que no sé si alguna vez los adultos llegamos a percibirla en su totalidad.
Nosotros, que ya pasamos hace tiempo por el asombroso camino que es la primera infancia, miramos desde la siempre olvidadiza distancia esa edad en la que todo era nuevo y todo se absorbía con ansiedad. Y dejamos a veces en manos de otros (editoriales, campañas publicitarias, escaparates) la tarea de decidir qué leen nuestros hijos, o sobrinos, o alumnos.
Cuánto leen los niños, o les leemos, cómo se hace, así como la calidad y contenido de lo que consumen, repercute directamente en su desarrollo. Los primeros años de vida se caracterizan por ser un período en el que se produce un avance muy intenso en todos los aspectos evolutivos y se establecen las bases para un desarrollo cognitivo y emocional. Podemos afirmar que lo que ocurre en este período de la vida de un niño tendrá una gran repercusión en su futuro. El problema, como casi siempre en educación infantil, es que gran parte de los resultados no se verán hasta años después y, cuando eso ocurre, establecer relaciones directas con algo tan concreto como contar cuentos o leer historias a un niño no resulta sencillo.
Pero para el niño la literatura no se presenta como un conjunto de contenidos que aprender, sino como una serie de vivencias y experiencias con las que entrar en contacto. Es todo un universo que, como el real, está por descubrir. Así, la literatura le servirá como referencia y ejemplo de comportamientos y acciones, como método de comprensión del mundo. Le servirá también para crear y potenciar ideas; desarrollará su imaginación y formará conexiones en su mente que de otro modo serían difíciles de crear. Y en última instancia, en los momentos difíciles, podrá ser un lugar de refugio y una vía de escape.
Así que, aunque no podamos ver de inmediato para qué sirve esto de la literatura en la primera infancia, ¿no merece la pena acercar a los niños a algo así? Es más, ¿no merece la pena que nosotros también nos acerquemos?
Existe una idea en nuestra sociedad que parece determinar que la literatura infantil sólo es para niños. Y no es así o, al menos, no debería serlo. La literatura infantil es aquella que es accesible a los niños, cuyos parámetros de escritura, su lenguaje, su composición, su trama y tantas otras características, están pensados y estructurados de un modo en el que al niño le sea posible acceder. Pero esto no implica ni peor trabajo ni menor esfuerzo creativo ni, por supuesto, peor calidad. Más bien al contrario, los niños son un público perspicaz, intuitivo y exigente que demanda buena literatura y que no se conforma con cualquier cosa. No hay más que leer varias obras a un niño (o dejar que las lea si ya puede hacerlo) para comprobar que pronto surgirán diferentes gustos y preferencias en sus elecciones.
En un momento en el que el mercado editorial infantil está tan saturado de contenidos, es de especial importancia elegir bien. Para ello, la única forma es informarnos y leer, leer lo que leen los niños. Fijarnos en criterios que consideremos de confianza puede ser una opción, pero lo mejor será, además, leer nosotros mismos lo que después vayan a leer los niños. Dejar que esa inocencia y capacidad de sorpresa que caracteriza sus vidas en ese momento nos invada y ver qué es lo que queremos ofrecerles. Después, nuestro trabajo es mostrar y ofrecer, nunca obligar. Pero esa ya es otra historia y la trataremos en su momento.